Por Eduard Victoria
Donald Trump está utilizando los aranceles como instrumento de negociación en sus relaciones económicas con los demás países. Su lógica es la siguiente: Estados Unidos es el mercado más grande y rico del mundo, por lo que tiene la capacidad de exigir reciprocidad en sus relaciones comerciales. Es decir, si otras naciones entran con sus productos al mercado estadounidense, estos esperan que las mercancías americanas entren a esos países bajo las mismas condiciones.
Estados Unidos tiene una economía más abierta que muchos de sus socios comerciales, quienes mantienen restricciones que dificultan la entrada de artículos estadounidenses a sus mercados. La diferencia se percibe claramente en los precios: los productos, por ejemplo, en Europa, son mucho más caros que en los EU. Esto es debido a los aranceles y a las barreras comerciales escondidas detrás de los subterfugios regulatorios sanitarios y medioambientales.
En la RD un vehículo hecho en Estados Unidos suele costar mucho más, incluso con el acuerdo de Libre Comercio (DR CAFTA); con el cual se esperaba la reducción de sus precios. Pero no ha sido así, porque nuestro país impone barreras fiscales, como el ITEBIS y el impuesto a la primera placa, lo que los hacen sean mucho más costosos; violentado el principio y la finalidad del acuerdo.
El argumento de Trump es que la imposición de aranceles no busca fomentar el proteccionismo, sino al contrario: eliminarlo mediante negociaciones bilaterales. También es un intento para que las empresas, para evitar esas cargas, vuelvan a fabricar en los Estados Unidos.
Si se analiza de manera objetiva, esta estrategia podría tener efectos positivos en el comercio global. Si los países afectados deciden negociar, como lo ha hecho Israel, la India, México y otras 75 naciones, en lugar de responder con medidas similares, se llegaría a acuerdos que reducirían las barreras comerciales y no comerciales. Esto, a su vez, fomentaría una mayor competitividad y permitiría que los consumidores accedan a productos a precios más bajos. El resultado sería un comercio más equilibrado y abierto, en el que los beneficios de la globalización sean realmente compartidos por todos, en lugar de que solo algunos países se aprovechen de la apertura de Estados Unidos sin ofrecer la misma reciprocidad.
En el caso de la República Dominicana la situación presenta una oportunidad estratégica. A diferencia de otros países que han recibido tarifas más elevadas, a nosotros "solo" nos ha tocado un 10%, lo que nos coloca en una posición ventajosa. Este escenario podría hacer que fabricantes en mercados con imposiciones más altas, como China, Europa y Vietnam, vean a nuestro país como un destino atractivo para sus inversiones. Al aprovechar estas cargas más bajas, la República Dominicana podría convertirse en un centro de manufactura importante para productos destinados al mercado estadounidense, impulsando la inversión extranjera y generando más empleos en el país. Además, con una buena negociación con los representantes del gobierno norteamericano, se podría llegar a un acuerdo para que nos desmonten esos aranceles y el gobierno dominicano elimine las barreras fiscales a productos hechos en EU como, por ejemplo, a los autos. Así el pueblo dominicano podría adquirir vehículos nuevos a precios más bajos. Una relación recíproca que nos beneficiaría a todos.
"La base de toda relación es la reciprocidad".